Dependencia y liberación nacional: pensar el presente desde la periferia

La idea de dependencia no remite únicamente a un vínculo externo o a una desigualdad comercial entre naciones. Es, ante todo, una condición estructural e histórica que marca la manera en que los pueblos periféricos se insertan en el sistema mundial. Esta situación no es accidental ni transitoria, sino el resultado de siglos de subordinación económica, política y cultural a los países centrales. Comprender la dependencia es, por lo tanto, una herramienta indispensable para proyectar caminos de liberación nacional.

La dependencia como estructura

En las orillas de la periferia, la dependencia organiza la vida interna de nuestras sociedades. No se limita a una balanza comercial desfavorable ni a una deuda externa impagable: penetra en la estructura económica, condiciona la política, modela las instituciones y hasta impregna las formas culturales y educativas. De este modo, nuestras economías están diseñadas para servir a los intereses de los centros hegemónicos, reproduciendo un círculo de subordinación que se renueva en cada etapa histórica.

Uno de sus rasgos más notorios es el desarrollo desigual y excluyente. El subdesarrollo no es una “etapa previa” a un futuro desarrollo, sino la forma específica que adopta nuestro crecimiento dentro del capitalismo mundial. La modernización tecnológica, en lugar de democratizar la riqueza, suele profundizar la marginalidad: mientras aumenta la productividad, no se generan empleos suficientes para absorber a la población trabajadora.

Otro elemento clave es la transferencia de excedentes. A través de mecanismos como el pago de patentes, royalties, servicios financieros, intereses de deuda y remesas de ganancias, una parte sustancial del producto nacional se fuga al exterior. El resultado es una descapitalización crónica, donde las inversiones extranjeras nunca compensan lo que se drena.

Etapas de la dependencia

La dependencia ha cambiado de forma con el devenir del capitalismo mundial. En los siglos de dominación colonial, se expresó como un vínculo comercial-financiero, donde las colonias se dedicaban a proveer materias primas. Tras la Segunda Guerra Mundial, surgió una dependencia industrial y tecnológica, marcada por la importación de maquinaria, insumos y conocimiento científico desde los países centrales.

Hoy asistimos a una fase marcada por la revolución científico-técnica, que coloca a la ciencia y la tecnología como ejes del proceso productivo. Las corporaciones multinacionales monopolizan la innovación y profundizan una división internacional del trabajo donde la periferia se especializa en tareas de bajo valor agregado, quedando atada a la compra de tecnología foránea.

Crítica a las visiones “modernizantes”

Durante mucho tiempo se difundió la idea de que el atraso de nuestros países era una simple demora en alcanzar la “modernidad” de los centros desarrollados. Esa perspectiva sostenía que bastaba con imitar sus instituciones, incorporar sus técnicas productivas y adoptar sus valores culturales para superar el subdesarrollo. La realidad desmiente esta visión: la periferia no está “en camino” hacia el desarrollo, sino que ocupa un lugar funcional dentro del sistema mundial. La exportación de materias primas o la especialización industrial subordinada no son escalones hacia un desarrollo autónomo, sino el rol que se nos asigna en una arquitectura global de poder.

También los proyectos desarrollistas que apostaron a la industrialización por sustitución de importaciones mostraron sus límites. Si bien permitieron avances en infraestructura y manufactura, no lograron quebrar la dependencia: el capital extranjero se incorporó a las industrias más dinámicas, generando una nueva subordinación tecnológica y financiera.

Dependencia y democracia

El capitalismo dependiente se traduce, además, en inestabilidad política. La concentración de la riqueza en pocas manos y la exclusión de las mayorías vuelven difícil sostener una democracia efectiva. En estas condiciones, las élites locales, ligadas al capital extranjero, suelen recurrir a gobiernos autoritarios o de fuerza para garantizar sus intereses. Se trata de lo que se puede llamar un “fascismo dependiente”, donde la represión sustituye a la participación popular.

De allí que la liberación nacional no pueda limitarse a un cambio económico, sino que requiere una transformación política profunda. La democracia real solo puede construirse rompiendo los lazos de subordinación que impiden el desarrollo autónomo de los pueblos.

Liberación nacional: horizonte y desafío

Hablar de liberación nacional implica afirmar que la dependencia no es un destino inevitable. Requiere recuperar soberanía en múltiples planos:

  • Económico, mediante el control de los recursos estratégicos, la regulación de las inversiones externas y la creación de un sistema productivo pensado en función de las necesidades del pueblo.
  • Tecnológico y científico, con una apuesta decidida a la investigación y la innovación propias, evitando la subordinación permanente a la importación de conocimiento.
  • Político, fortaleciendo la capacidad del Estado para planificar el desarrollo y garantizar la participación popular.
  • Cultural, rompiendo con la colonización simbólica que nos impone valores, consumos y sentidos comunes ajenos a nuestra historia y necesidades.

La liberación nacional no es una tarea de élites ilustradas ni de tecnócratas iluminados: es una empresa colectiva que solo puede ser impulsada por la organización y movilización popular. En ella se juegan tanto la independencia política como la justicia social.

Conclusión

El pensamiento de la dependencia enseña que no basta con esperar que el desarrollo “llegue” desde afuera, ni confiar en que las inversiones extranjeras, por sí mismas, transformarán la estructura económica. La dependencia es un sistema estructural que se reproduce históricamente y que impide la plena realización de nuestros pueblos.

Frente a esta realidad, la liberación nacional aparece como la única alternativa estratégica capaz de abrir un horizonte distinto. Se trata de recuperar la soberanía en todos los planos y construir un modelo de desarrollo propio, basado en nuestras capacidades, recursos y aspiraciones colectivas.

La dependencia nos recuerda la magnitud de los obstáculos. La liberación nacional nos señala el camino para superarlos.

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