No se trata solo de resistir el avance de los proyectos antinacionales: se trata de producir una nueva síntesis política que convoque, amplíe y nuclee a los sectores nacional, democrático, federal y popular, dotando de sentido estratégico a esa unidad. En otras palabras, una política que reconozca la diversidad de las fuerzas del campo popular pero las oriente hacia un mismo horizonte histórico: la reconstrucción soberana del país.
Una herramienta para la disputa política
Un Frente de Unidad Nacional debe proponerse como una herramienta estratégica para la disputa política en nuestro país, no como una mera alianza electoral o de coyuntura.
Frente al poder concentrado —económico, mediático y financiero— es necesario construir una forma política que sea capaz de articular a las mayorías nacionales y disputar el sentido común, la agenda pública y el rumbo del Estado.
Esa herramienta no puede limitarse a representar intereses sectoriales: tiene que organizar una fuerza popular con capacidad de conducción, de formulación programática y de movilización social. Para ello, el Frente debe apoyarse en un principio básico: la unidad no se decreta, se construye.
Y esa construcción requiere método, paciencia, y sobre todo, una estructura de trabajo que garantice la participación real de todos los actores.
Frente y movimiento nacional
El Frente de Unidad Nacional debe combinar dos dimensiones complementarias:
ser coalición política, para intervenir en las instituciones y disputar el sentido de las políticas públicas;
y ser movimiento social, para mantener su anclaje territorial y su vitalidad popular.
Cada organización, partido o movimiento que lo integre debe mantener su identidad, su ideología y su autonomía organizativa. Pero al mismo tiempo, asumir un compromiso común: sostener la unidad del Frente, respetar los acuerdos básicos y actuar colectivamente en la lucha por los objetivos compartidos.
El principio rector debe ser la unidad en la diversidad. Ninguna fuerza puede imponer su visión como totalidad, pero todas deben comprometerse a construir una línea política común.
Para eso, se requiere un estatuto claro, documentos programáticos compartidos y una cultura política basada en la solidaridad y el respeto mutuo. Las diferencias deben procesarse dentro del Frente, no en su contra.
Una organización federal y democrática
La estructura del Frente debe reflejar el carácter federal de la Argentina y articular tres niveles de dirección política: nacional, provincial y municipal.
a) Nivel nacional (estratégico)
Es el espacio donde se define la orientación general, la estrategia política y el posicionamiento frente a los grandes temas del país.
Debe contar con tres organismos principales:
- Plenario Nacional: máxima autoridad política, integrado por representantes de todas las fuerzas del Frente, elegidos por voto directo y proporcional. Define objetivos estratégicos, aprueba documentos programáticos y traza líneas de acción.
- Mesa Política Nacional: órgano ejecutivo de conducción cotidiana. Coordina la acción institucional, parlamentaria, sindical y territorial. También con representación proporcional.
- Congreso del Frente: instancia periódica de debate y decisión. Aprueba la plataforma electoral, elige autoridades y revisa las grandes líneas políticas.
La conducción nacional no debe ser una mesa cerrada ni burocrática: su legitimidad proviene del mandato popular y territorial de las bases.
b) Niveles provinciales y municipales (territoriales)
En cada provincia y municipio deben existir estructuras similares que garanticen la participación real de las organizaciones locales.
- Plenarios Provinciales y Municipales: reúnen a las fuerzas políticas, sindicales, sociales y culturales de cada territorio. Planifican la acción política, acompañan luchas locales y coordinan la representación institucional.
- Mesas Provinciales y Municipales: ejercen la conducción cotidiana, con representación proporcional.
- Comisiones temáticas: organización, comunicación, programa, formación, finanzas y articulación territorial.
Estas instancias deben servir también como espacios de formación y elaboración política, fortaleciendo la capacidad del Frente para leer las realidades locales y articular respuestas colectivas.
c) Niveles de base (protagonismo popular)
La base social del Frente son los comités o asambleas populares organizadas en barrios, sindicatos, cooperativas, universidades y lugares de trabajo o estudio.
Allí deben discutirse los problemas concretos del pueblo, elaborarse propuestas y sostener la militancia cotidiana.
Los comités de base deben ser espacios abiertos, horizontales y solidarios, donde cada persona que adhiera al Frente pueda participar.
La autoridad máxima es la asamblea, que elige sus delegados y eleva propuestas a los niveles superiores.
Las coordinadoras zonales articulan las experiencias locales, garantizando una estructura capilar que mantenga viva la democracia interna y la comunicación entre base y conducción.

Participación, representación y toma de decisiones
Un Frente de Unidad Nacional no puede construirse sin democracia interna real.
La regla general debe ser el consenso, pero cuando éste no se alcance, las decisiones deben tomarse por mayorías calificadas (dos tercios o cuatro quintos), según la importancia del tema.
La representación debe ser proporcional: cada fuerza política, sindical o territorial participa según su peso real, pero sin excluir a las minorías.
Esto permite reflejar la diversidad interna y evitar el monopolio del poder.
También deben existir mecanismos de consulta directa —plebiscitos internos, referéndums o votaciones abiertas— para que la militancia participe en decisiones trascendentes, como reformas programáticas o alianzas electorales.
Programa común y protagonismo popular
Una política de Frente debe trabajar en el armado de un programa de transformación nacional, elaborado colectivamente con los aportes de todos los sectores que lo integren: sindicatos, movimientos sociales, cooperativas, organizaciones feministas, estudiantiles, culturales y territoriales.
Ese programa no puede ser un documento cerrado ni un texto tecnocrático: tiene que movilizar a la sociedad en torno a un proyecto común, expresar sus demandas y traducirlas en políticas de Estado.
El Frente debe funcionar, además, como un espacio de formación política y debate público, donde se discutan los grandes temas nacionales —la soberanía económica, la redistribución de la riqueza, la defensa de los bienes comunes, el federalismo productivo— y donde las decisiones se tomen de manera colectiva, recuperando la práctica de la política como construcción popular.
Solidaridad, confianza y generosidad
Para que un Frente sea sólido y duradero, debe crear una estructura común donde se cultive la solidaridad, la confianza y la generosidad entre todas las fuerzas.
Las rupturas del campo popular no se producen solo por diferencias ideológicas, sino por el deterioro de los vínculos humanos y la lógica de la competencia interna.
Una política de Frente debe sostener una ética de trabajo que privilegie la cooperación, la escucha y el reconocimiento mutuo, desde las bases hasta la conducción.
Solo en ese clima puede crecer una construcción política capaz de trascender los ciclos electorales y sostener un proceso de transformación nacional a largo plazo.
Ética política y renovación militante
Una política de Frente debe también promover una ética política común, basada en la convicción de que no puede haber política transformadora sin transformación de los sujetos.
La renovación militante no depende solo de nuevas caras, sino de nuevos valores: compromiso, coherencia, honestidad, responsabilidad colectiva.
La dirigencia y la militancia deben dar el ejemplo en sus prácticas, rompiendo con el cinismo y la desafección que el neoliberalismo inoculó en la vida pública.
Solo así se puede recuperar el sentido de la palabra “compañero”: alguien con quien se comparte el pan, el trabajo y el destino.
Militancia y lucha social
El Frente no puede limitarse a la política institucional.
Debe insertar a su militancia y a todas sus fuerzas en la lucha social, acompañando los conflictos del pueblo y aportando una estrategia común que unifique las resistencias dispersas.
Desde los barrios hasta las universidades, desde las fábricas hasta el campo, la militancia del Frente tiene que estar donde se juega la vida cotidiana del pueblo, construyendo poder popular en cada espacio.
Esa inserción no debe ser asistencial ni decorativa: es la forma concreta de vincular la política con la realidad, de que las decisiones nacionales expresen las necesidades reales del pueblo y no las lógicas del marketing o la gestión tecnocrática.
Una síntesis histórica
El desafío de construir un Frente de Unidad Nacional es, en última instancia, el de recomponer la fuerza histórica del campo popular argentino.
Convocar, organizar, movilizar, recuperar legitimidad, cultivar ética y renovar la militancia no son objetivos aislados: forman parte de una misma estrategia para volver a poner en pie un proyecto nacional, democrático y popular, capaz de enfrentar la concentración del poder y devolverle al pueblo la posibilidad de decidir su destino.
El Frente no es un fin en sí mismo, sino la forma política de una esperanza colectiva.
Una esperanza que se construye día a día, con conciencia, con generosidad y con la certeza de que solo la unidad —esa palabra tan exigente y tan necesaria— puede volver a hacer de la política un instrumento de transformación real.




