Pasaron más de 40 años de la muerte de Rodolfo Walsh. Sin embargo, más allá de su rescate histórico, su forma de pensar la comunicación política nos sirve para crear política actual. Las nuevas tecnologías, sus potencialidades, parecen invitarnos a recuperar a Walsh, a tomar sus ideas y actualizarlas. Compromiso revolucionario, metodología de investigación, intervención pública, formas organizativas descentralizadas, con forma de enredadera (distribuida) antes que de árbol (jerárquico), sobretodo para las etapas de resistencia como la actual.
La figura de Rodolfo Walsh interpela la relación entre comunicación, poder y militancia. Walsh no fue únicamente un escritor brillante ni un periodista valiente: fue un militante que hizo de la verdad un acto político y de la investigación una práctica capaz de quebrar el silencio impuesto por el Estado. Los militares lo ejecutaron en plena calle el 25 de marzo de 1977, creyendo que así callarían a la enredadera que representaba: un símbolo de libertad de prensa capaz de multiplicarse en cada intento de censura.
El periodismo como acto de intervención
La potencia de Operación Masacre reside en haber demostrado que un relato riguroso podía horadar el monopolio mediático de la desinformación. Publicada en 1957 —sesenta años antes de la última gran reevaluación crítica del texto—, la investigación reconstruyó un crimen clandestino: el fusilamiento ilegal de civiles detenidos antes de que existiera el decreto de ley marcial, un asesinato insalvable desde el punto de vista jurídico. El libro narra la historia de fusilados que “resucitan” para contar lo ocurrido y se convirtió en la piedra angular de la libertad de prensa del siglo XX en América Latina. Para Walsh, el periodismo no “daba voz”: funcionaba como megáfono para que las historias silenciadas —como las de sobrevivientes, viudas, huérfanos, conspiradores, asilados, prófugos o héroes anónimos— adquirieran resonancia pública. De nuevo, la interpelación con un presente de Fake News se impone.
Ese gesto implicó un compromiso ético radical: cumplir el deber de informar “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido”, entendiendo que callar equivalía a ser parte del delito. Walsh sostenía que la comunicación nunca debía usarse para violentar otros derechos, y que sólo las denuncias respaldadas por datos puros y pruebas —no por apasionamientos sin fundamento— podían enfrentar al poder. La ética, la investigación y la transparencia eran para él el blindaje imprescindible antes de que una historia llegara a la esfera pública.
Método y verdad: cómo se construye una acusación
La metodología de Walsh tenía un objetivo explícito: demostrar que hubo asesinato. Para lograrlo, desplegó un proceso exhaustivo de lectura, entrevistas, contrastación y análisis documental. Obtenía el minuto exacto de decretos y leyes; verificaba trayectos, horarios y secuencias; reconstruía la trama de hechos desde todas las voces disponibles. Se anticipaba a cualquier defensa posible, ataba todos los cabos y montaba una acusación diseñada para soportar el escrutinio más hostil.
Una de sus estrategias centrales consistía en desplazar la carga de la verdad hacia las fuentes oficiales. Citaba documentos, declaraciones y versiones taquigráficas de los mismos funcionarios señalados. En Operación Masacre transcribió la declaración del Jefe de Policía Fernández Suárez, quien afirmaba que los detenidos “estaban por participar” en un motín, lo que demostraba que “no habían participado”, y que habían sido capturados a las 23 horas, es decir, una hora y media antes de la emisión del decreto de ley marcial. Walsh invitaba al lector a desconfiar de él y a creer sólo en las pruebas irrefutables: era su forma de poner en evidencia que el Estado se incriminaba a sí mismo.
Su estilo narrativo, de largo aliento y atravesado por recursos de cuentos y novelas, no sacrificaba el rigor: explicaba cómo investigaba, qué documentos analizaba, qué dificultades encontraba. Esa transparencia metodológica diferenciaba sus relatos de las notas habituales, sin restarles veracidad ni fuerza.
Denunciar al Estado en tiempos de terrorismo
Su método chocó de lleno contra el terrorismo de Estado. La Junta Militar utilizaba desapariciones, torturas y fusilamientos como política sistemática. En su Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar, denunció que entre miles de personas habían sido masacradas en secreto y que el régimen había “alfombrado con cadáveres el Río de la Plata”. Señaló también la debacle económica que favorecía a capitales extranjeros mientras el pueblo era tratado de manera rastrera. La acuciante situación de las clases populares y los trabajadores en la crisis que vivía el país. El poder respondió como siempre ante una denuncia fundada: con silencio y represión. El día posterior al primer aniversario del golpe, Walsh iba enviando por correo la carta a diferentes medios y fue cuando una patota paramilitar lo encontró en la calle y lo mató.
Walsh había demostrado una y otra vez que, en sus textos, el Estado aparecía como autor del delito. Y que las clases que sostenían a los gobiernos militares planificaban esos crímenes, rehusándose a castigar a los responsables. Su asesinato no buscó sólo eliminar a un denunciante, sino cortar la cabeza de la enredadera. Esa enredadera vuelve a multiplicarse: cada intento de silenciar la crítica genera nuevos periodistas, investigadores y militantes dispuestos a continuar la tarea.
La comunicación como lucha colectiva
La militancia de Walsh —desde su participación en la CGTA o Montoneros hasta su trabajo para la Revolución Cubana, donde descifró un mensaje cifrado de la CIA que anticipó la invasión de Bahía de Cochinos— fue utilizada muchas veces para descalificarlo. Era la estrategia clásica: cuando un periodista incomoda, se lo acusa de “apátrida”, “terrorista” o conspirador, desplazando el problema del plano judicial al político. Pero su método, basado en la prueba, hacía imposible reducir su trabajo a una etiqueta.
Para Walsh, la verdad era un proceso social y la comunicación, una forma de lucha. Su legado continúa vigente en sociedades donde denunciar la corrupción, la violencia estatal o la entrega económica sigue siendo peligroso. Allí donde se intenta cortar la enredadera, nacen otras que vuelven a empuñar las armas del lenguaje: palabras como disparos, metáforas como estrategias, investigaciones como trincheras. Ese ejército que los militares creyeron extinguir cuando lo asesinaron sigue multiplicándose, porque la verdad, cuando se la construye con rigor y compromiso, siempre encuentra quién la sostenga.
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