Hacia un programa político para la transformación nacional

En un país atravesado por crisis recurrentes, fragmentación social y pérdida de sentido colectivo, la reconstrucción del proyecto nacional argentino exige recuperar una idea central: sin programa político no hay conducción posible. No se trata de un formalismo ni de un documento más. Un programa es el alma racional de la acción política; el elemento que da unidad, dirección y permanencia a una causa.

Tener un programa significa saber qué queremos hacer. Define el horizonte y organiza el camino para alcanzarlo. La conducción política —como toda práctica transformadora— no puede descansar en la improvisación o el impulso emocional. Requiere un plan que dé coherencia a cada decisión, que convierta las ideas en objetivos concretos y que oriente las fuerzas sociales hacia un rumbo común. Solo la existencia de un programa permite que la conducción sea racional, que la acción colectiva tenga sentido, y que las distintas partes del movimiento actúen con unidad de concepción y de acción.

Esta concepción se opone frontalmente al personalismo, donde los pueblos siguen a los hombres en lugar de seguir causas. No es que esté mal que la política se encarne, hay dirigentes que por si mismo cristalizan idearios, pero en la historia argentina ese esquema impidió muchas veces consolidar procesos duraderos de transformación: los liderazgos se agotaban con sus figuras, y las luchas quedaban sin continuidad. El programa, en cambio, da permanencia y organicidad a la acción política. Trasciende a los dirigentes, sostiene la coherencia del movimiento en el tiempo y permite que la voluntad colectiva sobreviva más allá de los nombres.

En este sentido, un programa político no solo ordena la acción: también diferencia una política transformadora de la mera administración de la coyuntura y los intereses creados. Tenemos que crear un programa que funcione como para nuclear la causa nacional, que articula la justicia social, la independencia económica y la soberanía política en un mismo proyecto de país. Estas banderas, al expresar los intereses más profundos del pueblo, obligan incluso a los adversarios a posicionarse frente a ellas, marcando los límites de lo que es políticamente legítimo en el sentir nacional.

El programa es también el instrumento fundamental para la conducción estratégica. Define los grandes objetivos, orienta la táctica y permite comprender la lucha política como un proceso integral, donde las decisiones económicas, institucionales o internacionales responden a una dirección coherente. La improvisación, en cambio, dispersa las fuerzas y convierte la política en un campo de maniobras fragmentarias sin horizonte.

Pero el programa no es solo una herramienta de conducción: es también el instrumento para la reconstrucción nacional. En el tiempo del gobierno, se convierte en planificación concreta, en proyecto de Estado, en modelo de desarrollo. En el mundo contemporáneo, ninguna nación puede prescindir de la planificación. El plan de gobierno debe ser la traducción práctica de la causa nacional: reorganizar la economía, transformar las estructuras sociales, elevar el nivel de vida del pueblo y afirmar la soberanía del país.

En esa dirección, un programa político debe abrir un espacio de participación amplia, donde los distintos sectores del pueblo —trabajadores, organizaciones sociales, productivas y culturales— discutan y elaboren colectivamente el Proyecto Nacional. Ese proceso no se reduce a la formulación técnica de políticas públicas: es una tarea de organización popular, de construcción de poder y de definición del rumbo histórico que la Argentina necesita retomar.

Un programa político, en definitiva, es la herramienta que convierte la doctrina en acción y la aspiración en realidad. Es el paso de la voluntad a la organización, de la fuerza dispersa a la fuerza consciente. Allí donde el pueblo se dota de un programa, deja de luchar solo por resistir: empieza a construir poder para transformar.

La tarea urgente, entonces, no es solo denunciar la crisis ni resistir el despojo, sino formular el programa de transformación nacional que devuelva a la Argentina un horizonte de justicia, independencia y soberanía. Un programa que una lo disperso, que organice la esperanza, y que haga posible, una vez más, que el pueblo sea el verdadero conductor de su destino.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio