Somos Viento Sur
Somos parte de una historia que no terminó. Aunque digan que ya pasó, que el tiempo del pueblo movilizado quedó atrás, que las ideas de liberación no tienen lugar en este mundo de algoritmos y cinismo, nosotros elegimos otra cosa. Elegimos organizarnos y actuar.
Somos un colectivo nacional, popular, democrático, latinoamericano y revolucionario.
Nos quieren imponer una única forma de entender el mundo: neoliberal, individualista, eurocéntrica. La presentan como inevitable. Pero la historia de nuestros pueblos muestra otra cosa. Cada vez que intentan acabar con nuestras esperanzas y organizaciones, aparece la memoria de las luchas, el fuego que nunca se apaga.
Vivimos en un tiempo en que la vida está siendo desmantelada. Se desmantelan los vínculos, los territorios, los derechos, los lenguajes. La hegemonía neoliberal no es sólo un sistema económico: es una forma de sensibilidad, de subjetividad, de mundo. Nos quiere solos, competitivos, productivos, vigilados, endeudados, adaptados. Frente a eso, hay una constelación de ideas y prácticas que no son del pasado ni del porvenir: son del presente que se resiste. No son utopías, son experiencias concretas, comunitarias, técnicas, legales, sociales, afectivas, que buscan reorganizar la vida desde otros valores: la cooperación, la reciprocidad, el cuidado, el derecho, la autonomía, el tiempo, el goce, la dignidad.
El neoliberalismo no venció, solo logró silenciarnos por momentos. Pero en los barrios, las asambleas, los sindicatos, sigue latiendo una forma de habitar el mundo que no acepta la desigualdad como normalidad ni la dominación como destino. Una trama que resiste, se rehace y vuelve: la del nacionalismo popular.
No se trata de nostalgia, sino de un horizonte que se actualiza en cada gesto de organización popular. Un proyecto que parte desde abajo, defiende la soberanía y la justicia social, y no negocia la dignidad, un proyecto que toma nuestras tradiciones rebeldes para enfrentar los desafíos del presente.
Cuando hablamos de “nacional y popular” nos referimos a una forma de hacer política: con las mayorías y desde las mayorías. No para representarlas desde arriba, sino para construer con ellas, con protagonismo real y organización de base. Esa política no se programa desde consultoras: nace en las calles, en el trabajo, en la tierra.
Viento Sur existe porque no aceptamos que nos roben la esperanza. Porque creemos que nuestras respuestas están en nuestra historia, en nuestras lenguas, en nuestras formas de comunidad. Estamos acá para recuperar y proyectar un país digno, justo, soberano y profundamente humano.
Sabemos que los tiempos que vienen no serán fáciles. Hay quienes sueñan con un pueblo sin memoria ni futuro. Pero también sabemos que, cuando el pueblo se pone de pie, no hay poder que lo detenga.
Venimos de lejos y vamos lejos. Con identidad, organización, alegría y coraje.
El presente como campo de batalla
Argentina atraviesa una transformación estructural impulsada por un gobierno que actúa sin consensos ni participación, con niveles de violencia simbólica, social y económica inéditos en democracia. Esta coyuntura no es una anomalía: expresa una contradicción histórica entre dos proyectos antagónicos. Uno, nacional, popular, democrático y emancipador. Otro, oligárquico, financiero, subordinado a capitales externos, dependiente de los centros imperialistas, de dependencia. La disputa es por el rumbo del país: su economía, su culturapolítica, sus formas de vida.
La condición dependiente de nuestra nación no es solo un diagnóstico estructural, sino la clave para interpretar el presente y proyectar el futuro. Cada avance popular en nuestra historia encontró el límite de esa estructura: concentración económica, extranjerización de recursos, subordinación financiera y tecnológica, fragilidad soberana. “Liberación o dependencia” sigue siendo una consigna actual, una contradicción viva que organiza la política argentina.
Nuestra historia podría leerse como una sucesión de bloques históricos; de alianzas sociales que logran imponer sentido común, formas de Estado y horizontes de futuro: el bloque liberal-oligárquico de la generación del ’80, el nacionalismo popular del peronismo clásico, el neoliberalismo de los ’90, y el bloque nacional progresista surgido tras la crisis de 2001.
Este último, con el kirchnerismo como expresión articulada, recuperó la política, confront con poderes fácticos, amplió derechos y promovió la justicia social. Sin embargo, aunque se orientó en esa dirección, no logró transformar la estructura profunda de la dependencia.
Nuestra hipótesis: la falta de transformaciones estructurales en la economía —el talón de Aquiles del proyecto nacional y popular— dejó intactas las condiciones que permitieron al bloque reaccionario reorganizarse y lanzar una contraofensiva.
Un aspecto central de esta crisis es la fragmentación de la base social del peronismo. La heterogeneización del trabajo, el crecimiento del empleo informal y la debilidad organizativa erosionaron a la clase trabajadora como columna vertebral del movimiento. Frente a esto, se impusieron políticas focalizadas que consolidaron la fragmentación y formas de representación mediadas por planes y contratos. Se generó así una estructura militante estatalizada, con menor autonomía y menor capacidad de movilización. Mientras tanto, los sindicatos —con todas sus contradicciones— conservan una potencia clave para cualquier proyecto transformador.
El desafío es construir una estrategia de poder capaz de neutralizar el proceso actual de entrega y destrucción nacional, y recomponer las bases de una nueva etapa de avance nacional y popular. Ya no alcanza con los viejos instrumentos. Hace falta imaginar y construir nuevas formas de justicia, soberanía e independencia, que incluyan renta básica, software libre, feminismo popular, bienes comunes, democracia participativa, derechos de la naturaleza, todas las tramas actuales de resistencia y producción de otra sociedad posible. Lo que une a estas luchas es una misma pulsión: reapropiarnos de la vida. De lo que producimos, de lo que sentimos, de lo que compartimos, de lo que soñamos.
La fuerza de lo colectivo
Desde Viento Sur entendemos que el desafío es político, social y electoral. La reconstrucción del país requiere una estrategia integral que articule la lucha social con una alternativa electoral capaz de disputar el Estado. El desafío es no morir en el intento.
Sabemos que la lógica partidocrática y el electoralismo son procesos que pueden debilitar procesos de acumulación de fuerzas por sus diferentes dinámicas. Sin embargo, creemos que la lucha social es fundamental para organizar al pueblo, expresar sus necesidades y defender sus derechos, pero si no se canaliza en una estrategia política corre el riesgo de desvanecerse. De igual manera, una estrategia electoral que no se funda en una base social activa y movilizada habilita el oportunismo, el tacticismo, la rosca interminable que nos tiene cansados.
La fuerza de lo colectivo no sólo se mide en votos o movilizaciones, sino también en su capacidad de imaginar un mundo nuevo. En un tiempo donde todo se privatiza —el tiempo, el deseo, el saber, el porvenir—, organizar lo colectivo es también defender lo común. Por eso hablamos de comunidad como forma autónoma de organización frente al capital o a la estatalización de la vida social. Por eso defendemos los clubes de barrios y el software libre, las cooperativas y los bienes comunes, propuestas distributivas como la renta básica universal, la agroecología y la soberanía alimentaria, los derechos de la naturaleza. Son distintas formas de una misma batalla: reapropiarnos de la vida. Frente a una hegemonía que nos quiere solos, endeudados y obedientes, respondemos con una política del cuidado, del tiempo liberado, de la participación real. No se trata sólo de resistir, sino de prefigurar desde ahora una sociedad distinta: más justa, más libre, más viva.
Creemos que es tiempo de unidad real, basada en acuerdos programáticos y participación popular, no en unidad de aparato. Es tiempo de organizar la esperanza y recuperar el protagonismo del pueblo. Construir poder popular para transformar la Argentina. La política debe ser una herramienta de transformación, y el peronismo un movimiento de liberación.
Con Axel, por nuevas canciones
Somos parte del movimiento nacional. El movimiento, está claro, se encuentra en una ETAPA de crisis y transición. Se vuelve necesaria una actualización política y doctrinaria que se potencie con un recambio generacional. Desde esta concepción estratégica, Axel se proyecta como la continuidad del proyecto recuperando el potencial transformador que las circunstancias requieren. En este sentido, la propuesta de componer y parir “Nuevas Canciones” proviene de la idea de renovar y ampliar el horizonte utópico de la época. Se trata de buscar en la riqueza creadora argentina, la integración de lo popular y de la diversidad sociocultural de sus expresiones. Provincias y regiones, Colectividades migrantes, Movimientos sociales y Trabajadores, Empresarios PyME y Sistema Científico Técnico Nacional, Feminismos y Comunidades LGTB+. Ampliar la conciencia nacional del pueblo, mediante nuevas y mejores formas que lo expresen. Promover la participación popular y democrática en todos los ámbitos, como un intento de renovación que intente testimoniar y expresar la nueva y apasionante realidad, sin concesiones ni deformaciones.
Axel es un compañero probado en su defensa de los intereses populares, en su ética, en sus ideas y en su entrega al proyecto colectivo, con una centralidad política y un caudal electoral que hasta el más desconfiado debe admitir.
Desde su rol como gobernador de la provincia de Buenos Aires está logrando ser una trinchera frente al ajuste de Milei. Si la provincia de Buenos Aires estuviese en manos de La Libertad Avanza todos los indicadores económicos, sociales, políticos, culturales serían aún peores. Porque la provincia pelea por mejorar salarios, por continuar obras públicas, por repatriar programas que la Nación abandona.
Axel puede hacer posible la unidad en un país donde Milei quiere destruir todo, dividirnos como pueblo, desmembrarnos como país metiendo púa entre las provincias. Y esta unidad no es solo con los propios, sino también con sectores opositores; porque, aunque a algunos les moleste, el verdadero poder es el que se construye hablando con todos y sin arrodillarse ante nadie. Axel es federalismo: un constructor de la incipiente liga de gobernadores, con capacidad de defender las economías regionales y construir un país para todos.
En este contexto de resistencia, Axel es el primero en marcar presencia en las calles, movilizando a las bases, sosteniendo un proyecto que respete a su gente y no se la venda.
En toda marcha de defensa de derechos conseguidos, está Axel poniendo el cuerpo.
Conociendo los costos políticos que eso puede tener, sabiendo del nivel de violencia política en la que nos están queriendo meter. No perder la calle, no perder la movilización, no sacar las patas de la fuente.
En el plano internacional, Axel toma una posición clara: miramos hacia los BRICS, hacia el sur global, hacia quienes comparten con nosotros el mismo deseo de soberanía y justicia.
No le hace falta mostrar banderines, su alineamiento con estos objetivos es claro.
Su gestión, además, es cercana al pueblo. No se trata de clientelismo ni de políticas focalizadas, sino de construir un Estado ampliatorio de derechos. No gobierna con discrecionalidad, construye con todos los sectores, intendentes propios y ajenos pueden dar cuenta de eso.
Estado presente, pero austero, que no pierde contacto con las necesidades del pueblo, una gestión honesta y transparente que representa al Estado que necesitamos para la etapa posterior al actual desastre neoliberal.
Organizar la esperanza
Unión por la Patria ha demostrado sus límites como instrumento político del campo nacional y popular. Las razones son múltiples, pero se destacan dos fundamentales: por un lado, el peronismo priorizó la construcción de coaliciones electorales antes que la consolidación de frentes orgánicos; por otro, el abandono de la tradición movimientista —con sus ramas, frentes y regionales— debilitó la fuerza que sostenía la heterogeneidad de actores bajo una estructura común.
La lógica electoralista impuso una dinámica que rompió el lazo orgánico con las bases, erosionó la representatividad y debilitó la participación popular. En lugar de fortalecer el protagonismo popular, se lo sustituyó por acuerdos de cúpulas y estrategias de marketing.
Frente a esta situación, es urgente abrir una nueva etapa que amplíe la base social y política del frente nacional y popular, incorporando sectores que hoy se enfrentan al proyecto neoliberal. Pero esta ampliación debe estar acompañada por una transformación: recuperar la tradición movimientista del peronismo, con una estructura orgánica basada en ramas, frentes y regionales; y, al mismo tiempo, profundizar la democracia desde abajo, promoviendo la participación activa de la sociedad civil, generando verdadero protagonismo popular. No queremos un partido liberal, queremos un movimiento nacional y popular.
Para que nuestra estrategia se sostenga y avance, es necesario construir fuerza organizada en todos los frentes: sindical, estudiantil, territorial, feminista, campesino, cultural, productivo, cooperativo. Y a la vez, esa fuerza tiene que territorializarse, desplegarse en cada barrio, en cada municipio, en cada provincia, con capacidad de articulación a nivel nacional.
Los frentes y las regionales no son compartimentos estancos, sino engranajes de una misma máquina de acumulación: permiten articular lo reivindicativo con lo político, lo institucional con lo territorial, lo sectorial con lo general. Son las plataformas desde las que se puede desarrollar un proyecto político con raíces en la realidad concreta de nuestro pueblo.
Cada frente debe tener vida propia, elaboración programática, declaraciones públicas, capacidad de movilización y de diálogo con su base. Pero al mismo tiempo, debe integrarse en una estrategia común, con criterios de unidad, de formación política y de articulación con el conjunto del movimiento.
En ese marco, la organización por regionales cumple una función clave: garantizar que el despliegue territorial no sea espontaneísta ni meramente testimonial, sino parte de un plan político de construcción de poder. Las regionales tienen que ser espacios de planificación, de formación, de discusión política y de articulación de los frentes en el territorio. Son el nexo entre la dirección nacional y la militancia de base, pero también entre lo político y lo social, entre la táctica local y la estrategia general.
Para que esta estrategia funcione, hace falta trabajo de base, sistematicidad, mística y método. No hay atajos.
Volver a decir futuro
En el marco de una etapa de ofensiva neoliberal resulta indispensable recuperar el valor estratégico del programa como herramienta para la acción política. Un programa no es una lista de propuestas o un catálogo de buenas intenciones: es el instrumento que permite orientar la movilización, organizar la voluntad colectiva y acumular fuerza.
El programa define el “para qué” del poder: establece con claridad los objetivos nacionales que justifican la necesidad de construir una nueva hegemonía. El horizonte no puede ser otro que una Argentina liberada del sometimiento financiero, político y cultural al que la supedita la oligarquía, el capital extranjero y el imperialismo. El programa es para una Argentina con justicia social, soberanía y protagonismo popular.
Volver a decir futuro es, antes que nada, volver a decir vida en común. En un presente donde todo se mercantiliza, donde se nos quiere fragmentados, cansados y en competencia, nuestra tarea es construir sentidos nuevos. No con recetas del pasado, sino con herramientas del presente: la comunidad organizada, la despatriarcalización de las formas de vida, la soberanía tecnológica, la renta básica, el derecho al tiempo, la salud mental comunitaria. Ideas que hoy son resistencia, pero mañana serán sentido común.
Por eso, el programa no puede separarse de la estrategia. La transformación nacional exige una conducción política que se proponga disputar el poder, no simplemente gestionarlo.
Necesita ser una herramienta viva, capaz de interpretar la realidad concreta, articular las luchas parciales en una dirección común y servir como base de unidad para amplios sectores sociales.
Volver a decir futuro implica que seamos capaces de imaginarlo, para eso, un programa puede servir de andamiaje y arquitectura, el programa tendría que servirnos para proyectar la sociedad que queremos en el corto, mediano y largo plazo.
Las funciones estratégicas del programa Un programa con estas características cumple diversas funciones:
● Moviliza a la población en torno a un proyecto compartido, generando conciencia y organización.
● Ordena la construcción de poder popular, al definir principios rectores y formas de intervención en todos los niveles.
● Acumula fuerzas a partir de un marco común, articulando demandas sectoriales y reivindicativas en una síntesis superadora.
● Habilita alianzas estratégicas con todos los sectores dispuestos a enfrentar el modelo de dependencia, miseria y exclusión.
● Legitima la acción política transformadora, al surgir de un análisis riguroso de la situación nacional.
● Guía la gestión del poder, orientando políticas públicas hacia una nueva sociedad.
Desde Viento Sur, convocamos a todas las organizaciones, sectores, militantes y personas que lo componen a iniciar un debate planificado y abierto sobre los puntos básicos de este programa. Ese debate tiene que ser el primer paso para convocar a toda la Sociedad argentina a una tarea común: detener el avance neoliberal y poner en pie una Nueva esperanza.
Se trata de construir unidad desde abajo, con voluntad política, con claridad estratégica, con raíces en el territorio y en las luchas concretas. Porque sin programa, no hay destino. Y sin destino colectivo, no hay futuro.
Refundar lo común
Desde Viento Sur proponemos abrir el debate sobre la necesidad de un Proceso Constituyente en Argentina.
Un proceso constituyente no es solamente una nueva Constitución. Es, ante todo, una forma de construir poder democrático. Es una herramienta para reponer la política como acto colectivo, como decisión de un pueblo que no se resigna a la decadencia ni a la injusticia.
Es la posibilidad de convocar a todos los sectores del campo nacional, popular y democrático a una gran conversación sobre el país que queremos, y sobre cómo hacerlo realidad.
Decimos que vamos a trabajar en un programa. Y que ese programa no es una lista de medidas, sino parte de una estrategia de poder. Una estrategia que articule ideas fuerza, movilización social, organización territorial, producción cultural y debate político. Una estrategia que sirva para incorporar sujetos y temáticas nuevas, para disputar sentidos en el corazón de la sociedad. El proceso constituyente es la forma política superior de esa estrategia: su horizonte y su instrumento.
No estamos solos. Hay sectores sindicales, movimientos sociales, agrupaciones territoriales, espacios culturales, académicos, partidos políticos, que también piensan que así no se puede seguir. Que no hay destino sin participación, sin justicia social, sin soberanía popular. Nuestra propuesta es converger pluralmente con ellos, encontrarnos en la diferencia, debatir sin sectarismos, construir un nuevo consenso desde abajo.
Desde Viento Sur soñamos con un peronismo que en 2027 no sólo recupere el gobierno, sino que convoque al pueblo a recuperar el poder. Que abra un proceso constituyente democrático, federal y participativo. Que incorpore en ese proceso las propuestas programáticas que habremos construido en esta etapa. Que haga de esa instancia no un punto de llegada, sino un punto de partida para las transformaciones estructurales que nuestra Patria necesita.
El Proceso Constituyente no es una consigna, es una necesidad histórica. Una salida al laberinto, una convocatoria al futuro, una forma de decir que la Argentina no está condenada al fracaso, sino que puede renacer desde sus raíces populares, solidarias y democráticas.Es tiempo de animarse a pensar en grande. Es tiempo de refundar la esperanza.
